México: la Presidencia comprada
Françoise
Roy.
La Presse
(Traducción: Nayeli Lima Báez)
México, ¿una democracia? Me hacen reir. ¿La democracia no es una exigencia que los
países de las economías llamadas periféricas deben llenar para ser aceptados
al seno de la comunidad de naciones civilizadas?
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Votar es un deber ciudadano, un derecho adquirido
irreversible, prueba de desarrollo moral y de tolerancia. Este es el discurso
oficial que se ha sostenido con gran orgullo desde la llegada del poder del
partido de derecha en 2000, después de 70 años ininterrumpidos de dominación de
un solo partido, proceso que el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa
calificó como: “La dictadura perfecta”.
Como quebequense viviendo en México después de largo tiempo,
he concluido que el sufragio basado sobre las convicciones políticas
individuales es un espejismo de los bien pensantes, un lujo que sólo pueden
ofrecerse los Estados de derecho. Un país como México, que posee una de las más
altas tasas de asesinatos de periodistas en el mundo y donde más del 50% de la
población vive bajo el umbral de
pobreza, no se puede adornar con tal demostración de civilidad, producto de los
espíritus ilustres que no conocieron ni el hambre ni la violencia. Pese a su
imagen sonriente comprada a golpe de “mordidas” pagados a los medios, pese a su
retórica de reconciliación nacional, a su
peinado impecable, a sus hermosas palabras alabando la democracia y la
libertad, el nuevo presidente elegido el domingo, lo fue, en parte, gracias al
voto “comprado”. Hermosa invención del partido que viene a retomar el poder.
Hizo bien en modernizarse, en ponerse bello. No hay más necesidad que asesinar
al adversario político o de enviar comandos armados a robar las urnas: las
armas de fuego ensucian espantosamente (después de los 60 mil muertos oficiales
de la guerra contra el crimen organizado llevada por el presidente saliente, el
pueblo mexicano lo sabe demasiado…). Por otro lado, las muertes políticas
generan una muy mala prensa en los
países ricos.
Subir democráticamente sobre la silla presidencial, aquí, es
mucho más simple que admitir su culpa sobre fraudes de envergadura: ellos sólo
deben disfrutar (de manera descarada) de la miseria del pueblo, de su
ignorancia sabiamente mantenida. Es suficiente con ir a los barrios populares y
ofrecer - a quien esté listo a vender su espíritu- una vil bolsa, algunos
billetes de 100 pesos, a cambio de su intención del voto o de su credencial de
elector. Una práctica más que habitual luego de la última campaña electoral,
impecablemente eficaz, tal que las autoridades electorales, en acuerdo con el
poder, han preferido no condenar.
La estrategia fue denunciada numerosas veces, a través de
videos y testimonios que los apoyan. Pero el silencio es una cosa muy útil cuando
se protege al poder.